martes, 12 de marzo de 2013

Puñalada trapera


Buenas a todos!

El post de hoy va sobre chinitos, fiesta de cumpleaños y puñaladas. No literales (no os imaginéis nada bestia, ahora que leo la descripción inicial), sino más bien puñaladas traperas. De las más traperas que he recibido nunca.


Todo comienza el día que decido que necesito pasta y decido dar clases de inglés los fines de semana a los students de Miguel, actualmente en España por unas semanas hasta que vuelva a China. ¿Los crios? Muy monos, 10 años. ¿Las clases? Extenuantes, sería la palabra. El 70% de mis energías se centran en que no pierdan la atención y no se pongan a luchar los unos con los otros o empiecen a dar saltos por mi sofá. La cuestión es que pagan mucho dinero y sale muy a cuenta esa hora y media de sufrimiento.

Los que me conocen, sabrán que se me dan bien los niños. Así que me los tengo que ganar. A ellos, y a sus padres. Sin embargo, si inviertes demasiados esfuerzos en tal campaña, acaban ocurriendo cosas tipo:

- Hola Tony. El domingo es el cumpleaños de mi hijo y me ha dicho que le haría mucha ilusión que tú estuvieras allí en ese día especial, en su 12 cumpleñaos.

Pues nada... a morir al palo. Si a la pobre mujer le digo que no en medio de la oficina, tiene que venir la de la limpieza a recoger su cara a pedazos, toda por el suelo.

- Que venga también tu compañero de piso, Ilán.

PUM!! Sinceramente, no esperaba que también le disparasen de mala manera :D

Total, que el pasado domingo a eso de las 11, me pasé por el restaurante donde se celebraba el cumpleaños. Os mentiría si os dijera que no tenía ni idea de cual era mi cometido en el festejo.  Tal vez fuera porque eran niños, porque yo era "el extranjero de la fiesta" o tal vez porque la madre de la criatura me envió un mensaje a las 10 de la mañana preguntando si sabía hinchar globos y darles forma de animales.

Al llegar allí, me saludó la familia al completo. La madre, alegría toda ella, me los fue introduciendo poco a poco:
  • El padre, que me estrechó la mano con una ceremonia que ni los mejores amigos haciendo juramentos de sangre.
  • El tío, que emanaba gozo y júbilo por todos sus poros (más adelante me di cuenta de su importante función en la fiesta)
  • La tía, que sonrió suave y pellizcó fuerte a su hijo para que me saludase.
  • El primo de 12 años, que se dignó a interrumpir su partida en su iPhone 5 para darme la bienvenida.
  • Y los abuelos. Se inclinaron, derramaron unas cuantas lágrimas de alegría transmitiendo toda su gratitud hacia mí persona, diciendome lo afortunados que sentían de que yo estuviera allí en ese día tan importante para su nieto.

Así que, una vez hecho el más letal ataque psicológico jamás visto me comunicaron que, en efecto, mi función era entretener a los críos durante la fiesta.

- Donde está tu amigo Ilán? - me preguntó la Madre con ojos de pánico - Es nuestro host de la ceremonia!

- Ceremonia, dices? - respondí con mi mejor cara de anfibio, procesando la información e intentándole dar un nuevo significado a la palabra.

- Claro, él será el encargado de leer el programa en el escenario.

Ahhhh y entonces lo entendí. No era una simple fiesta de cumpleaños: era una fiesta de cumpleaños China. Concretamente, de un niño de la provincia de Shaanxi en la cual se celebra una macro-rave cuando alguien cumple 12 años, edad en la que los niños de Shaanxi pasan de ser niños a ser adolescentes. Además, durante la ceremonia el tío debía de otorgar a su sobrino cumpleañero el colgante con forma de corazón y abrirlo delante del público, finalizando así la era de su niñez.
Bueno, no es que entendiera todo eso de golpe, me lo iba explicando la madre mientras miraba el colgante (tamaño mi puño) como si de un horrocrux se tratase.



Le envié a Ilán un mensaje sugiriendo "abortar operación Krusty, era una trampa", y diciéndole que viniese sólo a la comida. A fin de cuentas, era un buen restaurante e iban a servir Pato a la Pekinesa.

Los niños llegaron, el show comenzó, y cada miembro de la familia se fue marcando un speech. Durante el discurso, palabras como "laoshí" (profesor), "wo de pengyou" (nuestro amigo) o incluso mi propio nombre "Tuony" ayudaron bastante en la tarea de darme cuenta de que hablaban de mí.  Asentí, y sonreí mirando a todos. En especial a la abuela, que sostenía mi mano con una mirada de devoción que ni los creyentes camino a la ermita.

La ceremonia fue avanzando, mientras mi preocupación aumentaba al ver cómo los niños devoraban toda la comida de la mesa y miraban con ojos codiosos la mesa de los mayores. Mis temores se confirmaron cuando Viga, el niño gordito, mi estudiante estrella, saltó de su mesa a la mía mirando con ojos desenfocados la fuente de pato a la pekinesa. Y con toda naturalidad, y trapasando cualquier límite de glotonería y mala educación, arrasó con todo. Todo.

- Laoshí, esto está muy bueno! - me decían en chino
- Pues nunca lo sabré - les contestaba en español, para que no me entendieran.

Y entonces se me acercó la madre, a toda pastilla. 

- Tony, es tu turno, entretenlos - susurró la madre secamente.

Lo dijo en un tono que mucho no me gustó. Me recordó al tono que utilizaba mi madre cuando mi hermano y yo éramos pequeños e íbamos en la parte trasera del coche durante un viaje de larga duración. Concretamente, la madre utilizó el mismo tono de "estaos quietos, o me las pagaréis todas juntas" que utilizaba mi madre.  Y hala, después de quitar la anilla a la bomba, y pasármela con una sonrisa, me apremió para que subiera al escenario.

17 niños y unos 150 comensales (que, para más inri, el 90% de ellos eran ajenos a la fiesta) me miraban espectantes. También Ilán me miró espectante, que llegaba en ese momento. Propuse un juego de música, y la madre no quiso. Propuse "a la zapatilla por detrás", y la madre no quiso. Así que omitiendo la nueva y desagradable propuesta que tenía para la madre tras dos negativas, se me ocurrió que podían bailar y cuando yo dijese "STOP!" ellos tenían que parar. El que se moviese, eliminado. Y a la orden de "PLAY!" todos volvían a bailar.  Aquellos que hayan pasado la infancia conmigo sabrán perfectamente de donde viene ese juego y todos los traumas que acarrea ;).



Finalizado el juego y otro momento de vergüenza para mi colección, nos sentamos a comer.

- Por favor, servíos lo que queráis - dijo la madre, señalando las 4 tiras de bambú y zanahoria que quedaban de sobras.

Ilán estaba enfadado. Había madrugado por la promesa de un pato a la pekinesa. No por las sobras que mi alumno estrella no pudo engullir. Pero bueno, al final todo fue bien, y empezaron a sacar platos nuevos de comida.  No fue pato, pero estuvo bastante bueno.

De camino a casa, le estuve contando a mi amigo toda la ceremonia y hablamos de la cantidad de "cara" que había ganado esa familia hoy invitando a dos extranjeros a la fiesta de cumpleaños. ¿Me sentí traicionado? Sí, la verdad. Me avisaron el mismo día de mi función de animador-social y me pidieron que entretuviese a críos delante de toda una planta de un restaurante, utilizando a los abuelos como arma psicológica principal. Me lo acabé pasando bien, y me ha servido para entender mejor cómo funcionan las costumbres socio-culturales de los chinos.  Eso sí, la puñalada trapera de la madre... no me la quita nadie.

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